EE.UU. ANTE UN NUEVO ESPEJO DONDE MIRARSE
¿Qué tan rápido puede uno acostumbrarse a los cambios? ¿Cuándo eso que
se sabe nuevo pasa a ser parte de nuestro mundo cotidiano? Quizás la fórmula
más simple pero efectiva para darle marco a estos interrogantes sea aplicar el
sentido común, una salida olvidada en este planeta donde todo está patas para
arriba.
El mundo observó con asombro el 6 de enero el ataque al Capitolio de los
Estados Unidos. Las imágenes que se difundieron en vivo y en videos aún más
terribles en los días siguientes parecían no provenir de este país auto-
promocionado como la democracia perfecta. El ex-presidente Bush hijo incluso
aseguró que le hizo recordar a una república bananera. Es a esta altura
indistinto quién participó del acto violento, quién o quienes lo instigaron, qué
organizaciones se vieron llamadas a golpear la democracia de esta forma, lo
que parecía impensado sucedió, no fue parte de una escenografía montada
para una película o una serie.
La debilidad institucional global dio su golpe en el lugar menos pensado ¿la
gota que hizo desbordar el vaso fue un discurso, una serie de declaraciones
durante el último año en contra de las instituciones y el sistema de votación por
parte del presidente saliente o forma parte de algo que lleva mucho más
tiempo? Una realidad de la que ya todos estaban acostumbrados y no veían.
Por estas horas me toca ser parte de una escenografía distinta: camiones
militares, hombres con armas largas y uniformes recorriendo las calles, algunos
medios la compararon incluso a países que están en guerra. Esa visión
también fue objeto de una nueva discusión y división en los Estados Unidos.
Otra vez la gravedad de lo que está a la vista parece quedar tapado por la falta
de acuerdo.
En el mes de noviembre tuve la posibilidad de participar de la quinta elección
presidencial consecutiva. Todas, como los seres queridos, tienen algo de
especial pero, en esta oportunidad la elección fue diferente. No por el resultado
electoral, tampoco por las denuncias de fraude, impugnaciones, recuento de
votos y guerra mediática. El golpe más fuerte para el sistema se dio porque son
millones los que, luego de participar en el proceso para elegir a su presidente,
aún hoy no confían en el resultado. Ese es un golpe por debajo de la línea de
flotación. Difícil de rellenar, el agua no deja de entrar, así se trate del
portaaviones más poderoso.
En este marco de desconfianza y violencia es que asumirá el presidente
número 46 de los Estados Unidos, con un congreso amurallado, rodeado de la
guardia nacional, militares o como quieran llamarle, armados con sus rifles que
llegan casi hasta el piso, con camiones militares cortando las calles de la
ciudad e indicando a los automovilistas, como si se tratara del agente de
tránsito de Nueva York que baila cuando guía a los autos, que no se puede
pasar a cuadras del congreso. Además, hay que sumarle los perímetros de
concreto, los servicios secretos y más militares durmiendo en hoteles para
turistas ante el temor de que lo que advirtieron los servicios de inteligencia:
enfrentamientos armados, puedan dominar la jura de Joe Biden como
presidente.
Por primera vez en 152 años un mandatario saliente no estará en la jura de su
sucesor, otro dato que podría sumarse a esta nueva realidad que se impone
como un nuevo espejo en el que deberá verse de acá este país en adelante.
Estados Unidos está viviendo una grave crisis y lo que rodea el problema no
son solo postales.
Si los hechos de violencia de comienzos de Enero se repiten muchas cosas
habrán fallado, pero a no engañarse el daño institucional ya fue hecho.
Biden y su nuevo gobierno buscarán mostrarse fuertes y confiados. Pandemia
de por medio, grandes cantantes participarán de la ceremonia, muchos no
querrán estar presentes en lo que era una fiesta de la democracia, hoy
custodiada y rodeada por militares y con carteles en las autopistas que le piden
a los civiles: “evite la zona del Capitolio”.ES